Hay
noches en las que necesito dormir con una pequeña luz encendida en
mi habitación y no tengo claro el por qué. Quizá sea que estoy
triste y quiero que algo brille por mí, que aún en silenciosa
soledad no quiero caer en el olvido. En ocasiones pienso que es por
el miedo a perderme y morir intentando encontrar una salida en la que
podría convertirse en mi eterna prisión. Otras veces creo que
necesito esa luz por querer hacer comprender a todos los de mi
alrededor que me tienen aquí en todo momento, que no importa que sea
alta madrugada si desean algo de mí y yo puedo dárselo. O, a lo
mejor, a lo que temo es a la oscuridad y a todos sus acompañantes,
tales como aquellos ojos negros cual sombra cercana de los que nunca
me fié. Tal vez no quieren visitar mi imaginación todos esos
vestidos oscuros señalando un luto, por no quererme hacer revivir
momentos que pasaron mucho antes de cuando tendrían que haber
pasado, por no rememorar a personas a las que ahora, y ya siempre, se
merecen y merecerán la paz. Que con mi pequeña lucecita gozo al ver
cómo bailan las motitas de polvo, unas ya cansadas se caen y otras,
imposibles de agotar, aprovechan cada movimiento de aire para volar.
Hay noches en las que no quiero que la oscuridad se quede a dormir,
en las que si mi lámpara no funcionase, subiría y encendería el
Sol.
Pero,
por ser humanos, cambiamos constantemente de opinión, y gracias a
ello también hay días a los que pido por favor se vayan y ruego a
la noche que se quede, para contarle a la Luna que no me va tan mal,
para acompañar en el sentimiento a cada destello de luz
representante de una estrella que hace años murió. También en la
noche se lee mejor y es que es impresionantemente fácil meterse en
la historia y creerte protagonista, sentir cosas y que ninguna
desaparezca por muy fuerte que cierres la tapa del libro. Quizá, de
vez en cuando, quiero a la noche por no querer estar más en la que
es mi realidad, para descansar, para soñar como podía soñar más
de trescientos sesenta y
cinco
días atrás. Con mis sábanas, con mi silencio, con aquella sonrisa
huérfana y con aquel mar que necesita un faro que le alumbre y le
guíe cuando cae la negrura. Como yo, tal vez, cuando también
necesito que me alumbre mi pequeña luz.