lunes, 8 de abril de 2013

Mi faro.


Hay noches en las que necesito dormir con una pequeña luz encendida en mi habitación y no tengo claro el por qué. Quizá sea que estoy triste y quiero que algo brille por mí, que aún en silenciosa soledad no quiero caer en el olvido. En ocasiones pienso que es por el miedo a perderme y morir intentando encontrar una salida en la que podría convertirse en mi eterna prisión. Otras veces creo que necesito esa luz por querer hacer comprender a todos los de mi alrededor que me tienen aquí en todo momento, que no importa que sea alta madrugada si desean algo de mí y yo puedo dárselo. O, a lo mejor, a lo que temo es a la oscuridad y a todos sus acompañantes, tales como aquellos ojos negros cual sombra cercana de los que nunca me fié. Tal vez no quieren visitar mi imaginación todos esos vestidos oscuros señalando un luto, por no quererme hacer revivir momentos que pasaron mucho antes de cuando tendrían que haber pasado, por no rememorar a personas a las que ahora, y ya siempre, se merecen y merecerán la paz. Que con mi pequeña lucecita gozo al ver cómo bailan las motitas de polvo, unas ya cansadas se caen y otras, imposibles de agotar, aprovechan cada movimiento de aire para volar. Hay noches en las que no quiero que la oscuridad se quede a dormir, en las que si mi lámpara no funcionase, subiría y encendería el Sol.

Pero, por ser humanos, cambiamos constantemente de opinión, y gracias a ello también hay días a los que pido por favor se vayan y ruego a la noche que se quede, para contarle a la Luna que no me va tan mal, para acompañar en el sentimiento a cada destello de luz representante de una estrella que hace años murió. También en la noche se lee mejor y es que es impresionantemente fácil meterse en la historia y creerte protagonista, sentir cosas y que ninguna desaparezca por muy fuerte que cierres la tapa del libro. Quizá, de vez en cuando, quiero a la noche por no querer estar más en la que es mi realidad, para descansar, para soñar como podía soñar más de trescientos sesenta y

cinco días atrás. Con mis sábanas, con mi silencio, con aquella sonrisa huérfana y con aquel mar que necesita un faro que le alumbre y le guíe cuando cae la negrura. Como yo, tal vez, cuando también necesito que me alumbre mi pequeña luz.