Momentos que no llevan a nada y conversaciones inacabadas.
Preguntas mal formuladas y respuestas inconclusas.
La gente piensa que la vida es corta y que los días son insuficientes.
El problema es que el tiempo pasa y no se hace nada.
Y lo que se hace, se deja sin terminar.
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He pensado mil veces en la muerte. En mi muerte. Y si muriese, quisiera morir en un instante, como el choque entre dos meteoritos sin rumbo; un the end de apenas un segundo tras horas de película; un instante como el big-bang, como el pasar la última página de un gran libro o un olvidar.
Tras mi muerte vendría mi funeral y (quizá suene extraño) siempre he imaginado a mi madre en él. Nadie llora y los Smiths suenan de fondo. Es un funeral casi vacío pero no íntimo. A lo mejor, el aire que se respira sea hasta incómodo. Aunque todos sepan cómo morí, nadie deberá saber por qué. Y eso incomodará a los invitados. Pese a que mis padres están en mi funeral no fueron ellos los que llamaron a la gente para hacerles saber. Todo el mundo lo supo en cuanto pasó. Algo se lo dijo, algo en ellos los avisó, pero nadie se lo creyó hasta el día de mi funeral.
Nadie publicará nada lo que escribí y de ello sólo quedará un minúsculo lugar en algún disco duro de Google.
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Me llamo Ana Teresa Fernández Peiró.
Hoy cumplo dieciséis años.
Y ya que vivo, que se por y para algo.