sábado, 27 de diciembre de 2014

Las cosas que nunca pasan

Muchos son los poetas que nos avisan entre verso y verso de lo fugaz que es la vida, del carácter superfluo que tienen nuestras cosas mundanas, aconsejándonos disfrutar de lo que es ahora sin preocuparse de lo que fue hace tiempo, o de lo que alguna vez será. Porque los seres humanos somos así: necesitamos de algo que nos defina y, con esa finalidad, buscamos en nuestros recuerdos, en nuestros familiares y amigos, en la música que escuchamos diariamente, en los libros que leemos, en el camino que nos marcamos. Otros, nos dicen que ese camino ya está marcado, que alguien o algo nos lo impuso sólo por haber nacido, que sólo existe un destino. 

Lo cierto es que todos tienen su poquita de razón. Cuanto mayor eres, más intentas echar la vista atrás y, como si te asomases a un abismo, el estómago se te encoje: has consumido media vida pensando en qué harás la otra mitad, buscando siempre la feliz tranquilidad. Mas, ¿qué es la felicidad cuando ya no te queda nada? Llegas a edad anciana y apenas tienes de qué hablar, sólo te has dejado mandar para pagar aquellas cosas materiales, de las que decíamos, innecesarias. Y quizá el destino exista, y quizá todo ocurra por alguna razón... Quizá, mientras algunos contemplan el segundero del reloj, otros están destinados a ser grandes ancianos con millones de aventuras que contar. 

Son estos grandes ancianos quienes fueron pequeños jóvenes valientes y viajeros, dispuestos a, por la mañana, hacer todo lo que soñaron por la noche. Trotamundos, recorren cada paisaje que algunos sólo pueden ver en fotografías; y lo observan, y lo disfrutan, y lo respiran, y se lo comen, y llegan a ser uno. Bohemios, se atreven a dejar las reglas que la sociedad nos marca y adentrarse en el que se convierte en su propio orbe, donde son felices, donde juegan como niños, donde nunca pasan cosas malas y donde es el vaso bueno el que nunca se quiebra. Inquietos, no hay fuerza suficiente para pararles los pies, cerrarles la boca, dejarles sin ganas de ver. Sólo ellos mismos tienen el poder de destruirse. 

Y entonces, la vida estalla. 

De repente, se termina la historia: al bucanero se le atraganta un maretazo y se impone el final. Nadie se lo esperaba; todo el mundo queda abatido y con ganas de más. ¿Qué hacemos, a dónde vamos, cómo lo narramos, a quién acudimos? Lo peor: no se puede dar marcha atrás. Rezamos al universo, a todos los dioses, a todas las diosas, a todas las fuerzas sobrehumanas para que nos den una segunda oportunidad: esta vez tendremos más cuidado, esta vez no sólo le advertiremos, esta vez todo saldrá bien. Pero, simplemente, no: la muerte es lo único que no tiene solución. 

Algo empieza y algo acaba con una llamada de teléfono, una voz que se quiebra al hablar y alguien que no para de repetir "se ha caído, se ha caído, se ha caído...". El mundo se detiene, el segundero ahora no avanza: la existencia nos da unos instantes para asumir lo que acaba de pasar. Parpadeas, y la vida se acelera; el mundo gira tan rápido que te tambaleas y tus bases más solidas se pierden en el vacío. Crees que nada volverá a ser lo mismo, pero lo más triste es que sí: el tiempo nunca se llegó a parar, tú nunca te lo llegaste a creer. Respiras despacito e intentando no hacer ruido: que no se note que sigues vivo. 

Pero un aventurero es fuerte, es tenaz, es bravo, y le grita el cielo dejándose los pulmones, y le brama tan alto que hace al Sol callar. Un aventurero, como es mi padre, no se deja derribar.



A Parras, que se dejó la vida en la montaña,
y a mi padre, que regaló la mitad de su alma
para que su hermano no viajase solo.


27 . 12 . 2014 - DEP

sábado, 13 de diciembre de 2014

Amor guadiano (Romance heroico)

Cuando la niña baja por la calle,
el niño se alegra y pone contento
y si la niña corre a esconderse,
Niño entristece y rompe su lamento.

Cuando el niño sube por la calle,
Niña guarda el corazón sin quererlo.
Pero si el niño pasa y no la mira,
entonces ella enfada y frunce el ceño.

Quïén ha visto y quïén verá
a estas dos presas del desconcierto:
cuando ambas sean capaces de amar,
ninguno de ellos querrá hacerlo.

Un día se llegarán a juntar
y, como en un amor de soneto,
entre cuarteto y tercetos habrán
tantos dulces besos como encuentros.

Jolene (editado)

Cuando no conoces el sentido que tiene tu existencia, andas sin rumbo. Si no sabes el porqué de levantarse cada mañana temprano, avanzas a rastras. En el momento en el que dudes de quién tienes a tu lado, ya estás caminando solo. Cuando tienes que pensar si reírte o comentar, si no sabes cuál es la moraleja del libro que más te gustó, en el momento en el que ensayas la sonrisa encerrada como si la vida fuese un teatro... entonces, te has perdido. No adelantas nada, caminas sólo en círculos, viendo una y otra vez el mismo paisaje sin disfrutar nada de él. Tus pies se vuelven automáticos y ya ni siquiera tienes que pensar. La rutina te programa y en tu cabeza suena Another brick in the wall.  ¿Qué se siente entonces?

Deseabas que el mundo parase de golpe y aquellos que a ti te sobraban desapareciesen en una inmensidad que tú no conocieses. Querías que el final llegase ya y como fuese. Te daban igual los cambios radicales, no te importaban los daños colaterales... Pero te olvidaste de buscar tu propio refugio. No pensaste que alguna bomba también explotaría cerca de ti y andabas vestida de gala, con la gran sonrisa en la cara.
Entonces es cuando ves a las que fueron tus víctimas, recuperados del ataque, con una nueva vida. Miras a las personas que echaste de tu camino pasar por el camino de al lado, paralelo, y ahora son ellos quienes sonríen. Aceptaron la derrota pero tú te quedaste en mitad. Ni siquiera llegaste a ganar. ¿Qué se siente entonces?

Y, ¿qué es peor, la tristeza o la indiferencia? ¿Es mejor haber sufrido por amor que no haber amado nunca? En el momento en el que el indiferente se ve afectado por la indiferencia del otro, ¿qué se pasa a sentir? Cuando nos sabemos qué sentimos, decimos que no sentimos nada. Pero, ¿qué duele más? ¿El daño o el no sentirlo?


domingo, 7 de diciembre de 2014

De cómo romper un corazón virgen

-¿Cuántos años tienes?

-Dieciséis.

-¡Entonces sólo me quedan seis para tener tu edad!

-Marquitos, cuando tú tengas dieciséis, yo tendré veintidós.

Sin título

Da lo mismo lo que hagas
o dejes de hacer,
¿no ves que soy poeta?,
con nada siento
y a todo le busco sentimiento.

Necesito que alguien me pare los pies,
se nos acabará yendo de las manos.
¿Se podría saber qué pasa?
Rompo mi vida en mil pedazos.

Los cristales de las ventanas
en mis fortalezas para el corazón
estallan a la misma vez que
oigo tus pasos alejarse.

Algún día aunque ahora lo niegues
hablarás con otro alguien de mí
y dirás que no te fue nadie
que nunca te escribí.

Y es que ya no nos queda nada,
recuerdos y poco nuevo que respirar.
No supiste ver cómo planeaba el cambio
y fue más fácil dejarte arrastrar.

Aunque nunca llegaste a pillarla
sé que alguna vez conseguiste
verme el alma
y, ya que tú sabes que está ahí,

te pido rodilla hincada
que no desveles su escondrijo,
que se la deje descansar,
que después de ti

(de tus defectos,
de todo tu amor.
de tus dos ojitos)
no quiere que la mire nadie más.