sábado, 25 de agosto de 2012

Every you - every me.


Doy por supuesto tantísimas veces tantísimas cosas que mis ilusiones ya me odian. Las he roto todas una vez tras otra, cada día de todos los años de mi vida. He oído demasiadas veces cuando todos escucharon no. Demasiadas ocasiones han sido en las que he estado dispuesta a derramar sangre cuando nadie la quería. Nunca he pedido piedad y si ahora gritara nadie me iba a escuchar. Es como estar solo lejos de casa, solo rodeado siempre de gente, solo porque esa gente no comprende. Ellos decían ser amigos y no son más que los autores de tus mayores fantasías. De esas que nosotros conocemos; de las que, de nuevo al caer la noche, se vuelven mentira. Y es entonces cuando vuelves a Placebo, a Nirvana y a aquellos que ya tenían dos capas de polvo en el fondo de la estantería. Brian Molko nunca me dolió.



He de decir que amigo no es sinónimo de compañero.

viernes, 24 de agosto de 2012

¿Qué te apetece cenar?


Nos empeñamos en hacernos con objetos que nos recuerden al momento que vivimos sin darnos cuenta siquiera en si lo disfrutamos o no. Podemos conseguir que el más mínimo cuerpo material represente la base elemental de nuestra existencia. Quizás sea nuestro miedo a olvidar, a confundir cuáles son nuestros principios y cuáles son los del vecino, quién fue nuestra vez y de quiénes fuimos nosotros. Tenemos el privilegio de poder elegir en qué etapa de nuestra vida fuimos más felices y cuál la disfrutamos más. Esa etapa y esos principios, los materializamos y los ponemos en lo más alto de la estantería más alta, donde cualquier invitado que hayas dejado pasar sólo por compromiso pueda ver y admirar lo que es un pedacito de tu alma. El problema es que una vez sabido y obtenido lo que queríamos, vamos a creer ver otra cosa mejor. A los párvulos ésto se les atribuye como caprichos. A los adolescentes, como hormonas, a las embarazadas, como antojos. Pero, una vez nombrado nuestro problema, ¿qué solución escogemos? 
Escojamos cual escojamos, lo siento, pero siempre encontraremos otra mejor.

jueves, 23 de agosto de 2012

Putting holes in happiness.

Hace mucho que dejé olvidado aquello que solía llamar alma. Creo que aquel abandono fue debido a que, aquello que suelo llamar cerebro, cayó enamorado.
Unos días atrás conocí a alguien que creí ya conocido. Éste, en dos segundos me mostró el mismo mundo en el que mi alma andaba metida la última vez que la vi. Ahora, en esa especie de fantasía merodeaba alma ajena.
Supuse que lo que estaba sintiendo entonces eran celos e incluso egoísmo. Al caer la noche comprendí que no era más que envidia. Escuchaba a mi alma reírse de mí. Ya sabes, siempre caes rendido a los pies de aquel que es tal y como a ti te encantaría ser.
Tuve miedo a las pesadillas y esa noche no dormí.
Hoy, varias noches después, he querido volver a saber de mi alma. No es que la eche de menos, no me hacía nada bueno, pero estoy asustada. 
Alguien me dijo una vez que algunas personas tienden a sentirse culpables de lo que sienten. Me creía de esas hasta que la culpé a ella. Si hoy estoy asustada es porque no sé lo que siento. ¿Es posible tener miedo al miedo?
No me contesta, no me dice nada. ¿También le asusta? 
A veces llora durante pocos segundos para más tarde volver al silencio. Parace eterno. No lo entiendo.

Tengo que pensar, y no hablar.


viernes, 3 de agosto de 2012

All nightmare long.

Alguien te dirige en un camino pedregoso. Se te van llenando las zapatillas nuevas de la arena amarilla que en éste abunda. No miras a tu acompañante, te dejas guiar por el sonido de sus suelas al pisar. Va lento, algo característico de él y lo sabes. ¿Dónde vais? ¿Por qué? Fantaseas con posibilidades remotas y fantásticas. Los sueños del más soñoliento se quedan en nada si fueran comparados con tus fantasías momentáneas. Sigues el ritmo de quien te guía pero te cuesta. Quieres correr por el camino, llegar a su final y ver qué es lo que te espera, lo que lleváis buscando desde que salisteis de casa. Con la cabeza cabizbaja y la mirada plantada en tus pies observas como la arena amarillenta va desapareciendo. Notas como las piedras ya no se clavan en las suelas de tus zapatillas recién compradas. Y es entonces la primera vez que alzas la mirada y tus sueños del camino crujen como cristales al romperse contra el suelo. Delante de tus narices te hace cara un puente colgante sin camino de tablones por el que pasar. ¿Qué es lo que quiere el guía? "Daremos la vuelta" intentas convencerte. Y no. Sabes que vas a tener que pasar, como pasaste hace dos años. Te van a obligar bajo la frase no estás obligada a nada y te van a presionar con la frase todos confiamos en ti porque sabemos que puedes. Con cierto odio miras a quien te trajo hasta aquí. En un instante de apenas medio segundo el odio desaparece para dejar sitio a la confusión. Reconoces al muchacho al que le has entregado tu vida en mano, al que cediste la confianza plena y quien sabe que tiene tu corazón. Tu mirada te dice que tienes que volver a cruzar el puente y te inunda la pena. Todos ellos pueden confiar en ti pero tú sabes que no puedes. Es por aquel muchacho por el que vives y por el que vas a poner la mano en la primera cuerda que sujeta el puente. Pones ahora la izquierda y de un salto posas las sucias zapatillas en la tercera y la cuarta cuerda. Alzas la cabeza, no por orgullo y para dar ánimos, sino para ver qué es lo que mueve las sogas de las que depende ahora tu vida. ¿Qué cojones las hace vibrar de tal forma? Se retuercen en tus manos hasta quemarte. Y es entre el dolor cuando la ves: la hipocresía ha vuelto para ver quién puede más. No le dices nada por no ofenderle, dejando las yagas de tus manos crecer y a las ampollas nacer. Escuchas a la muchacha del final con las piernas desnudas y el vientre plano reír. La miras con odio, pues ella tiene guantes y sus manos no arden. No vuelves la vista hacia tu guía antes de empezar a andar por las cuerdas. Pensando en el sinónimo de esfuerzo. ¿Cuál, cuál es el sinónimo de esfuerzo? Una palabra que represente esfuerzo. Aquel esfuerzo que tú estás haciendo ahora mismo. Piensa, ¿cuál?
Casi vas por la mitad cuando ya no sientes las palmas y la goma de los zapatos ha sido gastada. Ni gritas, ni lloras, ni te quejas. Mantienes los labios apretados, los ojos entrecerrados y los dientes te chirrian. ¡Esfuerzo! ¡Una palabra que recuerde a esfuerzo! ¿Cuál es el sinónimo de esfuerzo? Las cuerdas no se pueden mover más. Resbalas de un pie, resbalas de otro. Crees que caes hasta que tu propia fuerza de voluntad te sorprende y tus brazos ayudan a volver a posar tus pies ahora desnudos sobre las cuerdas de abajo. Oyes a las sogas romperse, como si te quisieran decir algo. Deprisa. Pero, ¿qué palabra te hace recordar al esfuerzo? 
Y entonces llegas al final. La hipocresía se va y a ti no te interesa dónde. Gateas por el nuevo suelo de nuevo arenoso luchando por bloquear el paso a tus lágrimas. ¿Qué acaba de pasar? No te giras a ver el puente, no quieres oler sus cuerdas empapadas con tu sangre, no quieres más que irte a casa. ¿Cuál es la palabra? 
"Valentía". Estabas segura, era eso. Tenía que ser eso. Tú has sido valiente para hacer aquel esfuerzo. Pero el amor de tu vida te dice que no, sencillo, encogiéndose ligeramente de hombros. Pides un beso, un sólo beso, por favor. "Bésame". Pero el amor de tu vida te da dos palmadas en la espalda y apareces de nuevo en la entrada del puente. Es como si no hubieras hecho nada. Como si no hubieras pasado nada. Las lágrimas te ganan la batalla y, por venganza, caen en tus palmas para hacértelas escocer. Las manos aún sangran.

Sweet dreams are made of shit.

Caminas por el pasillo de lo que a tu ver parece ser un lugar donde, al menos antes, se daba clase. Caminas, largo y tendido. Llevas algo a la espalda; te pesa pero no te lo quitas pues sabes que te hace falta. Puede ser que sea tu orgullo. ¿Quizás mamá te equiparía con tu colección entera de mal humor? Piensas en aquellas veces en las que habrías preferido no llevar esa carga detrás. En las que hubieras preferido tirar tu orgullo y sentirte ligera. Aunque no ahora, no ahora. Es entonces cuando alguien te empuja y te encierra quién sabe dónde. Una habitación con complejo de clase. Sólo tiene una pequeña ventana en la pared paralela a la puerta por la que te obligaron a pasar y por esto descartas que, al menos antes, fuese una clase. Ahora no hay ninguna puerta, ni pared que la rodease. Son rejas, rejas anchas y robustas, pero lo suficientemente separadas para que pudieras salir sin ninguna dificultad. ¿Por qué no sales? ¿Te vas a quedar ahí? ¡Sal! Pero no sales. ¿¡Por qué no sales!? "Demasiado gorda para pasar por ahí". Y en aquella habitación te quedas gracias a tus complejos. Oyes unas risas. Están contigo, rebotando en las paredes de ahora tu habitación. En media vuelta consigues ver a sus dueñas, sentadas en el suelo con las piernas desnudas y cruzadas. Con camisetas de tirantes y un sujetador de encaje visten la hipocresía y el egocentrismo. Puedes mirarlas con desprecio, escupirles si quisieras, pero no lo vas a hacer, sino que vas a dejar que sean ellas las que se sigan riendo de tu vestimenta, del cabello que llevas hoy y de tus manías. Dejas que te sigan acomplejando y a la misma vez riéndose de tus miedos. Quedas ahí encerrada con lo que más odias. Con ellas, y contigo misma. Escuchas un refunfuño, una queja y vuelves a buscar de quién procede. Ahora es rubia, más sencilla vistiendo y más sencilla hablando. ¿De qué se queja? Lo sabes por su mirada; algo le falta. Te consuela su presencia aunque aún no sabes por qué. Más tarde descubrirás que también estabas encarcelada con la humildad.
Se nota en el aire que hay tensión, se masca en el ambiente que no tenéis una buena relación. Pero aún así unís vuestras voces para que alguien acuda a sacaros de allí pero nadie aparece, así que empezáis a discutir. Las muchachas de las piernas desnudas critican sin saber a qué o a quién. La rubia se sigue quejando de su falta, de su necesidad. Y a ti no se te ocurre otra cosa que no sea resoplar en tu interior. Tu mente está cansada de oírte gritar en silencio. Culparos, culparos las unas a las otras de esta situación. Culpas a la hipocresía y culpas a la falsedad de unirse y batallar sin ninguna necesidad de derramar sangre, las culpas de este castigo. Ellas te culpan a ti, casi sin argumentos que para ti valgan, pero tan convencidas que hacen dudar. Y la humildad calla y la buscas, esperando encontrar alguna frase que haga que esto no acabe en empate. Pero la humildad calla. Así que comprendes, que de nuevo, todas sois culpables. ¡Y es por ésto que volvéis a unir vuestras voces! ¡Gritad, putas, por vuestra libertad! ¿Quién os va a sacar si no es el canto de vuestro vibrar? ¡Gri- alguien viene. ¿Es ella la que te ha empujado ahí dentro? Por supuesto que es ella. Es la misma que te regaló coronas de flores. La misma que éstas te puso para que de repente le crecieran espinas. Es ella. Pero ella, ¿quién? La falsedad. "Sácanos, sácanos, sácanos". No os va a dejar salir. No. Niega con la cabeza, con sus dedos huesudos, con su cadera puntiaguda, niega. "Sácanos, sácanos aunque sólo sea para volver a ver mi sangre borbotear". Vuelve a negar y se va. Se va. Se ha ido, se ha ido dejando los volantes de su falda al viento. Esa falda larga que podría abrigarte en tus noches frías, con la que soñaste más de una vez, falda que juguetea en cada paso al caminar. Gritas, de nuevo en silencio para no molestar. Y sin darte cuenta le estás pegando puñetazos al cristal de la única ventana. Sabes que por ahí no vas a pasar, "¡por ahí sí que no puedes salir!" pero sigues dándole. Bastan dos segundos para que el cristal se convierta en las barras gruesas y pesadas de la entrada. Te desesperas sin saber qué hacer. Te sientas y te levantas, te sientas y te tumbas. Te levantas y te agachas. Una y otra vez, sin para de dar vueltas mientras que las demás siguen con sus risas, martilleándote la cabeza, taladrándote la moral. Y la humildad, calla. Así coges a ésta última, la levantas de una mano y tiras de ella. No hay rejas ya en el hueco de la ventana ni siquiera cristal. Sólo un hueco por el que saldrás, justo después de tirar a la rubia fuera.
Corréis. Supones que corréis para no ver a la falda juguetona, para no oír más aquellas carcajadas, para que nadie te coja. Y escuchas a la humildad quejarse. "¿¡Qué, qué!?". La humildad se queja de que tú la llevas cogida a ella.