martes, 26 de septiembre de 2017

Miedo

Últimamente tengo miedo.

Tengo miedo cuando voy por la calle de que alguien se me acerque, me robe, me pegue o me diga algo obsceno. Tengo miedo cuando cojo el coche; voy pensando en accidentes. Tengo miedo cuando salgo con mis amigos; creo que un día desaparecerán sin dar explicación, que los perderé, que se cabrearán conmigo por algo que yo no sé. Tengo también miedo cuando pienso en los animales; siempre desfavorecidos ante la raza inteligente. Tengo miedo de normal, y aunque siempre dicen que el miedo es de sabios, creo que lo único de sabios que hay en el miedo es saber controlarlo. Porque todos tenemos miedo de algo. O de todo. En todo hay algo que nos da miedo. Pero si le hiciésemos caso no haríamos nada. Y también da miedo pensar en no hacer nada para el resto de tu vida. 

Entonces, ¿de dónde viene el miedo? ¿Puede ser el miedo algo racional? ¿Nos inculcan tener miedo o nacemos con él? 

Por supuesto que no nacemos con miedo. Cuando nacemos, no sentimos amor, no sentimos alegría, no sentimos nada, y mucho menos miedo. No sentimos amor porque nadie nos ha amado todavía. Es importante saber que nadie puede enamorarse si no ha sido amado nunca. Porque el amor se conoce cuando tus padres te dan un beso en la frente, cuando una persona te abraza la mano entre las suyas, cuando un animal te mira con tranquilidad. Cuando nacemos tampoco sentimos alegría porque no hemos visto a nadie reír. No sabemos qué es sentirse bien ni sentirse mal hasta que nuestro cerebro interpreta la diferencia de cuando una persona ríe a cuando llora. Y, de la misma manera, no nacemos con miedo. Porque nacemos limpios, puros, intactos, inmaculados, perfectos. Es conforme vemos las imágenes de los telediarios, aunque no entendamos qué dicen, conforme nuestras abuelas nos avisan de que los coches matan, los perros muerden, los hombres roban y violan, cuando aprendemos qué es el miedo.

Está claro, no es algo innato de los humanos, sino de todos los seres vivos: ningún animal nace sintiendo nada. Una vez vi un cervatillo nacer. Me quedé escondida entre los árboles porque no la naturaleza es sabia, la madre podía hacerlo sola, y mi presencia sólo iba a asustarla y a complicar las cosas (a veces, deberíamos pensar que una ausencia da menos problemas que una ayuda). Cuando el parto hubo acabado, la madre me vio. Y huyó. Corrió, dejando a su hijo recién nacido atrás, por miedo. Pero el bebé no se inmutó cuando me acerqué a él porque acababa de nacer, no sabía el mal que hacemos las personas, no sabía porqué su madre huía, no sabía qué era tener miedo de.


Así pues, el miedo lo adquirimos al vivir. Vamos aprendiendo poco a poco lo que es temer a algo o a alguien. Día a día, una cosa nueva nos asusta. Al principio nos asustará el coco, o el dentista. Luego nos asustará que nuestros padres descubran algo malo que hemos hecho. Más tarde, temeremos a los niños que nos esperan en el instituto, a los profesores, a las calificaciones, y al sistema educativo en general. Cuando seamos más mayores aún, nos cagaremos las patas abajo cuando pensemos en el paro y en seguir viviendo en casa de papá y mamá a los cuarenta. Miedos rutinarios. Miedos impuestos, miedos hereditarios, miedos pequeños al fin y al cabo. Pero no el tipo de miedo del que yo hablo. 

El tipo de temor al que le dedico estas palabras es a los miedos pequeños. A los que no son razonados. Ese miedo que tenemos y no lo sabemos hasta que salta la chispa que lo hace arder. Un tipo de miedo pequeño, diminuto, y por consecuencia, más difícil de combatir. El miedo del que yo hablo es el miedo a que alguien te mire por la calle y no sepas porqué. El tipo de miedo que nos negamos a asumir que existe en nuestro interior, que de cara al público hemos aprendido a ocultarlo. Pero que está. El miedo irracional a no saber en qué piensa otra persona. El cabrón, hijo de puta, que nos hace quedarnos sentados y callados ante una situación injusta. Un temor que no sabemos de dónde viene, por qué lo tenemos y cómo deshacernos de él, y que nos hace perder miles de oportunidades. 

Todos tenemos esos miedos. Y todo viene del después de la tormenta llega la calma. ¿Se supone que debería tranquilizarnos? Nos hace tener miedo de la calma, porque sabemos que para mantenerla, habrá que pasar otra tormenta... El mayor ejemplo que se me ocurre, es que no habrá amor sin corazón roto, y por ello tememos enamorarnos.

Miedos pequeños. Miedos irracionales. Y miedos inútiles. Pero miedos irremediables... 

miércoles, 9 de agosto de 2017

Vida

La vida es instante
y se me va
¿Acaso la vida
es menos vida
cando no hay amor?
¿Es el amor
quien la vida nos da
o es la vida
la que conlleva amor?

Se nace amando
antes que viviendo

Y no será posible
vivir sin amar
y es amando
como la vida damos

El mundo sigue girando
y sólo pienso
en quedarme de tu mano
viviendo,
cayendo,
amando.

Buenos días

¿Buenos días?
Buenos días fueron ayer
y buenos días serán mañana
porque buenos días son cuando te veo
y cuando de lejos oigo tu corazón latir

Madre mía, ¿y qué decir?
Tu risa hace resucitar
a las mariposas que murieron hace años
y tengo que apretar fuerte los labios
para que lo que me da vida
no se me escape

Que yo sé que tú ya no piensas en mí,
que no es a mí a quien miras,
que no soy yo de quien hablas,
pero sin decir nada, amor,
eres tú quien me da los buenos días




He rescatado una libreta del 2014 donde escribía poemas como éste. He tenido muchos meses de delirio mental, desenfreno cannábico y vacío poético. Ya escribí sobre él, pero lo vuelvo a repetir: a mi duende lo mató bachiller. Niños, haced caso a vuestras madres y profesoras: hay que leer. La lectura me ha devuelto a la vida. Porque leer lleva a escribir y escribir es lo que me mantiene sana. A mí y a otros locos. Stephen King nunca falla, pero recomiendo también leerse a uno mismo en el pasado. A veces, no hay mayor inspiración que uno mismo... Buenos días a mi yo del dos mil catorce, tres años de sueño intranquilo después.

domingo, 6 de agosto de 2017

Hiroshima

Hoy,
setenta y dos años después
de que Estados Unidos
lanzara la primera bomba atómica,
he soñado contigo.

He soñado con tu sonrisa,
he soñado con tus manos.

He soñado con tu risa,
he soñado con tus caricias.

He soñado con tus ojos,
he soñado con tu pelo.

He soñado con tu mirada,
he soñado que me querías...


Tú,
como una arma de destrucción masiva,
y yo,
como Hiroshima.

lunes, 5 de junio de 2017

Parches

Todos hemos intentado poner un parche en algún agujerito que se nos ha abierto en el corazón.
Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos tenido fugas de aire, agua y amor resoplando, llorando y queriendo a quien no amábamos.
Todos hemos necesitado de una tirita, una venda, un tope, un beso que nos curase la grieta que se abría y se abría y nos partía en dos.

Pero nadie lo hemos encontrado.
Nadie ha conseguido que nada tape la fuga, que la grieta no se agrande cuanto más intentas hacerla desaparecer; nadie ha conseguido que el corazón lata como antes.

Porque es imposible. No se puede.

Y fin.

Nos quedamos así, rotos, partidos en dos, ahogándonos en la falta de oxígeno y sin lágrimas.
Pero andamos como si nada. "La vida sigue", te dicen. Y claro que sigue... Y tú sigues, y tu familia sigue, y todo sigue... Pero ya no sigue igual. El mundo ahora gira distinto, la lluvia huele diferente, el sol ya no brilla en su justa medida y la sombra del árbol no te cobija.

Ya, nada.

Porque por muchos parches, por mucho parche sobre parche... El agujerito sólo se agranda.