Nos empeñamos en hacernos con objetos que nos recuerden al
momento que vivimos sin darnos cuenta siquiera en si lo disfrutamos o no. Podemos conseguir que el más mínimo cuerpo material represente la base elemental de nuestra existencia. Quizás sea nuestro miedo a olvidar, a confundir cuáles son nuestros principios y cuáles son los del vecino, quién fue nuestra vez y de quiénes fuimos nosotros. Tenemos el privilegio de poder elegir en qué etapa de nuestra vida fuimos más felices y cuál la disfrutamos más. Esa etapa y esos principios, los materializamos y los ponemos en lo más alto de la estantería más alta, donde cualquier invitado que hayas dejado pasar sólo por compromiso pueda ver y admirar lo que es un pedacito de tu alma. El problema es que una vez sabido y obtenido lo que queríamos, vamos a creer ver otra cosa mejor. A los párvulos ésto se les atribuye como caprichos. A los adolescentes, como hormonas, a las embarazadas, como antojos. Pero, una vez nombrado nuestro problema, ¿qué solución escogemos?
Escojamos cual escojamos, lo siento, pero siempre encontraremos otra mejor.