sábado, 13 de diciembre de 2014

Jolene (editado)

Cuando no conoces el sentido que tiene tu existencia, andas sin rumbo. Si no sabes el porqué de levantarse cada mañana temprano, avanzas a rastras. En el momento en el que dudes de quién tienes a tu lado, ya estás caminando solo. Cuando tienes que pensar si reírte o comentar, si no sabes cuál es la moraleja del libro que más te gustó, en el momento en el que ensayas la sonrisa encerrada como si la vida fuese un teatro... entonces, te has perdido. No adelantas nada, caminas sólo en círculos, viendo una y otra vez el mismo paisaje sin disfrutar nada de él. Tus pies se vuelven automáticos y ya ni siquiera tienes que pensar. La rutina te programa y en tu cabeza suena Another brick in the wall.  ¿Qué se siente entonces?

Deseabas que el mundo parase de golpe y aquellos que a ti te sobraban desapareciesen en una inmensidad que tú no conocieses. Querías que el final llegase ya y como fuese. Te daban igual los cambios radicales, no te importaban los daños colaterales... Pero te olvidaste de buscar tu propio refugio. No pensaste que alguna bomba también explotaría cerca de ti y andabas vestida de gala, con la gran sonrisa en la cara.
Entonces es cuando ves a las que fueron tus víctimas, recuperados del ataque, con una nueva vida. Miras a las personas que echaste de tu camino pasar por el camino de al lado, paralelo, y ahora son ellos quienes sonríen. Aceptaron la derrota pero tú te quedaste en mitad. Ni siquiera llegaste a ganar. ¿Qué se siente entonces?

Y, ¿qué es peor, la tristeza o la indiferencia? ¿Es mejor haber sufrido por amor que no haber amado nunca? En el momento en el que el indiferente se ve afectado por la indiferencia del otro, ¿qué se pasa a sentir? Cuando nos sabemos qué sentimos, decimos que no sentimos nada. Pero, ¿qué duele más? ¿El daño o el no sentirlo?


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