Le he pedido un poco de tiempo y pausa a Mayo; que no puedo seguir su ritmo acelerado y me lleva con la respiración entrecortada y muchos retrasos. Le he rogado, por favor, que pare durante unas horas que mi alma necesita darse una vuelta y mis manos, escribir. Le he dicho que aunque se sepa la teoría no puede ir de sobrado en la práctica, que todos sabemos que para correr hay que echar un pie y el otro detrás. Demasiado tiempo hace ya que me siento entre una multitud en diferentes carreras y no puedo más, me da el flato latigazos en el lado izquierdo del corazón.
Necesito un número par, agua templada y un olor natural; necesito un puma que abra la boca tan cerca de mí que pueda averiguar quién fue su última presa, que el brillo de sus colmillos me deslumbre, pero aún así pueda yo decidir si me ruge o me bosteza pidiendo siesta. Que venga el mejor tenor suicida y me cante, cerca del oído en tan alta voz que llegue a tronarme, una nana tan triste que oceános llore para que así pueda yo dormirme. Quiero, si no es mucho pedir, que me visite el cuervo que visitó a nuestro Edgar, que no me hable, que vivamos en la ignoracia, pero si me ve en apuros no dude en recordarme el Nunca más.
Siempre hablan y gritan y no temen en decir y anunciarte de que descuides tu cabello oro que tarde o temprano pasará a ser plata sucia, que no les eches cuentas a los insultos del espejo que acabarán siendo peores y mucho Carpe Diem y mucho amor frenético en un momento, pero siempre cuchichean y susurran y murmullan y como si pecando estuvieran, hablan de que te des prisa, de que vas tarde y no has salido y tendrás que salir y que otros ya están volviendo. Y yo con esas prisas no puedo.
Por favor, Mayo, primavera, apiádate de mí.