No es fácil la vida, ni aprender a vivir. Respirar nacemos sabiendo pero bien se sabe que no es de lo que vivimos y por ello buscamos algo más. Queremos y deseamos sólamente felicidad. "¡No pido tanto!" gritamos al cielo.
Y entonces pedimos dinero; exigimos libertad, casa, cama, sofá, televisión y por qué no, ¡nada de publicidad! y más dinero si pudiese ser. Luchamos por ser los primeros, por tener el primer lugar y que cuenten con nosotros pero no nos busquen si algo malo pasa. Ay, felicidad, ¡no pedimos tanto! Únicamente que no se nos arruguen las manos, que el blanco no habite en nuestro cabello, que la factura de los años nunca llegue, ¿y dónde puede haber más dinero si fuese posible? Necesitamos de tecnología y la más sofisticada, el mejor corte de pelo y "tú no vas a tener más personalidad que yo". Sí, la felicidad... Luchamos por más dinero si cabiese pero no nos atrevemos a defender a quien a nos quiere y si nos deja de querer ya nos quejaremos.
¿Quién va a ser feliz si nadie a su lado, si hay que escribir a mano, si para oler el dinero hay que madrugar y trabajar, si las cremas no quitan puntos negros y las arrugas salen igual? ¿Cómo podemos ser felices si tenemos que preocuparnos de reciclar, si al mando a distancia se le acaban las pilas y hay que bajar a comprar? ¡No pedimos tanto!
Menos mal que a mí me han enseñado,
que me pueden bastar cuarenta duros de felicidad.
Felices 39, Kutxi Romero.