Son meses ya desde que no me siento bien. Meses de recordar todos los días con tristeza y nostalgia por el pasado.
En el pasado, cuando no había tanta muerte, cuando había más amor, cuando se escuchaban risas todo el rato.
Ahora la cosa está más seria, hemos crecido deprisa, de repente.
Quiero volver a ser pequeña, quiero volver a sentirme libre; no saber qué es el miedo, no necesitar sentirme realizada.
He cumplido 27 años y echo de menos a personas, no a cosas. Echo de menos emociones, no fiestas. Echo de menos momentos donde sentir a la gente que quiero.
¿Qué se puede hacer si no aceptar y asumir?
Recapacitar, recapacitar sobre lo importante y lo imposible.
¿Qué puedo hacer si no disfrutar de lo que tengo y puedo conseguir?
Pensar, pensar en los siguientes pasos a tomar. Amar, amar a los que se quedan. Agradecer, agradecer y devolver.
Una mala racha, una mala vida. Ya no queda nada a lo que volver. La infancia no existe ya, el amor se diluye, las personas se van. Lo que queda es un cascarón que intenta racionalizar la pérdida con verbos nobles: amar, agradecer, disfrutar. Palabras expuestas en un escaparate que solo anuncian nostalgia. Esto no es redención, es resignación disfrazada de madurez.
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