jueves, 18 de junio de 2020

Moscas


¿Habéis tenido uno de esos días en lo que lo más interesante que ocurre es el voleteo de una mosca por la habitación?

Me encuentro tirada en la cama, no es nada nuevo. Últimamente es mi sitio favorito; aquí no puede pasar nada. Y pasa, realmente, eso: nada. Estaba mirando Instagram hasta que me dormí. Me relajan los vídeos de gente haciendo ejercicio. No lo entiendo, porque a la misma vez siento una inmensa envidia. Al despertarme, he visto que una mosca, de esas que vuelan en círculos, ha entrado en la habitación. No he podido hacer otra que quedarme mirándola.

No sé si lo entendéis, pero esta mosca es muy importante. Significa que el verano está ya aquí. No que está por venir, sino que ya ha llegado, que ya ha pasado medio año. Y yo todavía no he hecho: nada.
¿Qué podría hacer? También me pregunto. ¿Qué podría haber hecho para ahora no sentir esta desolación? Pero tampoco importa. ¿Qué más da lo que podría haber hecho si hecho ya no está? Quizás debería pensar en lo que todavía puedo hacer. ¿A qué plazo? ¿Corto? ¿Largo? Si ni siquiera sé definir quién soy, cómo voy a saber qué voy a hacer.

Hasta ahora sólo he hecho las cosas que tenía que hacer. Cuando era niña, pues estudiaba lo que hacía falta e intentaba no caerme a muchas fuentes. De más grande, pues seguía estudiando lo que necesitase y aprendí que cuando se va sola por la calle no se habla con señores mayores. Digo sola porque amigas tampoco tenía muchas. No era algo que me dijesen que tenía que hacer, así que me tomé la libertad de decidir que aguantar a gente no era obligatorio y, simplemente, cuando me cansaba, me iba. Eso no le gustaba mucho a la gente en general. Pero mi madre una vez dijo hablando por teléfono, sin que supiese que yo la estaba escuchando, que estaba asombrada con mi fuerza de voluntad. Eso me gustó. Aunque no lo entendí. No me supuso de nunca ningún esfuerzo estar sola.

Ahora un poco sí. Estar sola cuando ya tienes más de veinte años es tener que empezar a dar explicaciones de por qué estás sola. ¿A quién le apetece nunca dar explicaciones? Me gustaría vivir en un mundo donde nadie las necesitase. Y eso que soy la primera que en su interior ruega porque se las den.

En fin. Ahora, que estoy terminando mis estudios y que nadie me dice lo que tengo que hacer ni a qué horas ni dónde, me encuentro tirada en una cama que no es mía observando a una mosca y preguntándome cuántos días de vida le quedarán y si acaso ella lo sabe y por eso anda siempre en círculos, sin decidirse a dónde ir, sin miedo a equivocarse y desperdiciar sus últimas 26 horas y media de vida.

                                                                                             

¿Os imagináis lo frustrante que tiene que ser introducirte por error en una habitación y encontrarte encerrada dándote cabezazos contra algo transparente sin saber lo que es ni cómo salir? ¿Es así cómo se sienten las personas que escogen mal cuando acaban los estudios? ¿Y si me tengo que sentir afortunada por tener la opción de elegir? Hm. Elegiría alguna salida, si supiese dónde está la puerta. O la ventana.

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