Nos sobraban las ropas y nos faltaban
condones, cada caricia era un escalofrío y los consecuentes pelos de punta, la sonrisas cómplices y las miradas ciegas. Y aunque
con los labios ensangrentados, desgastados de morder seguíamos besándonos y no por puro
agotamiento teníamos menos ganas. Tuvimos la oportunidad de morir siendo uno y
aún así decidimos vivir eternamente el uno para el otro. Un "no te
vayas" cuando miró y un "ni me lo repitas" cuando correspondí.
Había abrazos tan pesados flotando en el aire que el oxígeno luchaba por su
lugar en aquella habitación, y ganara quien ganase en aquella estúpida batalla
nos parecería bien, pues no dejaríamos que nada fuera mal en aquellas escasas
horas. Que serían pocas pero fueron nuestras.
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