Paseaba por las calles
cuando unos ojos
miraron el fondo de mi corazón;
esos ojos no eran vírgenes,
otro corazón habían mirado ya.
Lo supe y entonces,
morí de amor.
Dormí en la cama
del que debía ser mi vida;
dormí sola
y por saber que no volvería
allí de nuevo a dormir,
morí de amor.
Terminé el libro
de cuyo protagonista
me había enamorado;
al terminarlo,
éste murió
y yo con él:
morí de amor.
Y es que, quizá,
he muerto tantas veces
que ya no hay nada
ni nadie
capaz de matarme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario